Injusticia social


Vía y cruces de los Derechos Humanos

La nobleza no viene de la cuna en la que crecimos, sino de lo más profundo del ser humano: Su alma, su corazón, los sentimientos…

A lo largo de la historia hemos conocido a seres humanos, hombres o mujeres que lucharon e incluso dieron su vida por defender sus ideales, sus derechos para pavimentar la hermosa, sólida vía de las prerrogativas humanas. Hombres y mujeres nobles.

Hoy nos ocupamos de una leyenda maya, Jacinto Uc de los Santos Canek Chichán Moctezuma, un nombre un tanto largo para un hombre sencillo pero inconforme por el trato que recibía él mismo y sus coterráneos a manos de los conquistadores españoles.

Algunos historiadores señalan que su nombre original era Jacinto Uc de los Santos y posteriormente, en su protesta contra los malos tratos adoptaría el largo nombre señalado al principio, pero la historia lo reconoce como Jacinto Kaan Ek o Canek, que podría traducirse como serpiente negra o serpiente de la estrella.

Jacinto Uc o Kaan Ek o Canek fue defensor de los mayas, nacido, en San Román, Campeche, o en el barrio de Santiago en Mérida, no hay acuerdo pleno en este punto. Ejerció el oficio de panadero. Recibió su instrucción de sacerdotes franciscanos, pero fue rechazado, debido a su carácter rebelde y no dejó de protestar ante las condiciones de injusticia social a la que los sometían los españoles.

Cansados de ser tratados como esclavos por los encomenderos, los mayas, con Jacinto al frente, se rebelaron el 19 de noviembre de 1761 en Cisteil o Quisteil, del curato de Tixcacaltuyub, antigua jurisdicción maya de Sotuta. Durante las festividades de Nuestra Señora de la Concepción de quien Jacinto, se dice, tomó la capa y la corona para proclamarse Jacinto Uc de los Santos Canek Chichán Moctezuma.

Luego de dos batallas y 600 mayas muertos, Jacinto fue hecho prisionero, sufrió tortura, sus huesos rotos con hierro candente, sus carnes arrancadas con tenazas y desmembrado, en plena Plaza de Armas de Mérida el 14 de diciembre.

La población de Cisteil fue arrasada, quemada y sus pozos y tierras cubiertas con sal para que nada más volviera a crecer ahí.

La “justicia” de aquellos tiempos.

Justo Sierra O’Reilly escribió de la muerte de Canek en su periódico El Fénix: Se le hace pasar un suplicio de los más horrorosos que se leen en la historia, quemándose su cadáver y arrojando al aire sus cenizas; sus ocho compañeros fueron ahorcados dos días después y otros cien infelices fueron condenados a sufrir la durísima pena de doscientos azotes y la pérdida de la oreja derecha.

Vía y cruces de los derechos humanos.