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Uy qué miedo…

Lo bueno… Lo malo…

Uay, sí que está agitado el cazonal, dicen por ahí, cuando las aguas se ponen turbulentas, a causa del intenso movimiento de esos tiburones.

Pero es malo, muy malo que haya numerosos frentes en los que el respeto a las leyes está de por medio. Veamos:

México tiene un frente abierto, debido a su política energética, que según dicen inversionistas de Estados Unidos y Canadá perjudica los intereses de sus respectivos connacionales.

La Cámara de Comercio Internacional ha pedido al gobierno mexicano evitar una disputa comercial de “grandes proporciones” dentro del T-MEC, ese Tratado comercial tripartita, México, Estados Unidos y Canadá.

Nuestro país, ha respondido, hasta ahora: Uy qué miedo, según informes de prensa.

Ese tratado firmado por nuestro país tiene reglas de operación (leyes) que los protagonistas ofrecieron respetar.

Trabajadores de Teléfonos de México iniciaron una huelga en demanda de mejores condiciones de trabajo, de acuerdo a las leyes laborales que le dan sustento a ese movimiento.

Una reflexión respecto a este tema, de este humilde escribidor, es que está bien que los trabajadores quieran mejoras en sus salarios, en sus condiciones de trabajo, siempre que todo esto esté sustentado en las leyes, pero en honor a la verdad, hay que hacer un análisis serio, para no acabar con la gallina de los huevos de oro. Los trabajadores necesitan de la empresa que los sostiene y la empresa necesita de los trabajadores que la sostienen. Indiscutible.

Una nueva ley que puede dar al traste con la vida de quienes ya le han dado al Estado lo mejor de sus años laborales, podría ser el clavo que selle el ataúd del Instituto de Seguridad Social de los Trabajadores del Estado. ISSTEY. Y de quienes fueron cobijados por una ley de avanzada, emanada del entonces gobierno del Dr. Francisco Luna Kan.

El pasado jueves fue aprobada esa nueva Ley en el Congreso del Estado, ante la protesta de los trabajadores que no desean quedar desamparados en el ocaso de sus existencias, ante el crecimiento de la amenaza económica y la dilapidación de los activos de ese Instituto, por gobiernos anteriores, según es vox pópuli.

¿Recuerdan el caso del joven José Eduardo Ravelo que tanto dio de qué hablar en su momento, cuando el caso se manejó con sigilo y puso en entredicho a las autoridades policiales y anexas?

Personas inconformes con la manera en la que se ha manejado el caso realizaron una manifestación en demanda de una disculpa pública y la reparación del daño correspondiente.

Otra vez ¿incumplimiento o falta de respeto a las leyes y a las personas?

Nunca olvidemos que las leyes norman nuestro actuar y nos dan pautas para resolver conflictos de cualquier índole, siempre para solucionar cualquier conflicto de manera civilizada y sin que las secuelas de esas diferencias nos dejen con daños colaterales que lamentar mientras nos reste algún aliento.

En el campo laboral y en la vida diaria de la ciudadanía, la aún persistente pandemia del Coronavirus-19 ha trastrocado no solo nuestra vida social, sino la economía de tirios y troyanos, la de los multimillonarios, quizá menos afectados, la de la clase alta, es decir quienes viven más o menos con holgura, la de la clase media, aquellos que sienten de vez en vez que les aprieta el cinturón y la de la clase baja que no necesitan cinturón, porque no tienen ni ropa qué sostener y mucho menos un mugriento mendrugo para comer.

Esperemos que el respeto a las leyes y la sabiduría para impartir justicia, se haga presente como en los tiempos del rey Salomón. Necesitamos a Diógenes y su lámpara…

Pero si no hay sesos suficientes, para dirimir entre el bien y el mal, bueno sería que recordemos a Federico II de Prusia, a quien también se le conoce como Federico II El Grande o Federico II El Grande de Prusia, quien, al asumir el trono, dio muestras de su grandeza como estratega militar y como gobernante, emitiendo leyes que según dicen sus biógrafos, afirmaba que esas leyes, el sistema judicial, servirían para proteger a los más débiles.

Cuenta la historia que construyó en Postdam, localidad cercana a Berlín, un hermoso palacio, que utilizaba para retirarse a descansar. En las inmediaciones de ese palacio había un viejo molino, que hacía mucho ruido y no dejaba descansar al rey.

Federico le envío un mensajero para decirle que le compraría el viejo molino, pero Arnold, el molinero, se negó. Posteriormente el Rey, para demostrar su justicia, argumentando que ambos no podían vivir en ese sito, le ofreció en venta, al molinero, el palacio.

No tengo suficiente dinero para comprar su palacio, pero usted tampoco tiene dinero para comprar mi molino, porque no está en venta. Aquí crecí, aquí vivieron mis padres y aquí quiero morir y cuando eso suceda le dejaré el molino a mis hijos, fue la respuesta de Arnold.

El rey entonces amenazó con usar su fuerza, para apropiarse del molino y lo mandó a derribar, pero el molinero lo denunció ante los jueces, que fallaron en favor de éste y el rey tuvo que volver a levantar el viejo molino y pedirle perdón a Arnold, por el mal que le había hecho.

Ante su corte Federico II El Grande de Prusia dijo: He comprobado que contamos con jueces rectos e independientes. Nuestras leyes son justas, y reyes o molineros somos iguales ante la justicia. Me siento orgulloso de ello.

Quien tenga ojos para leer, que lea, quien tenga oídos para oír, que oiga.

Uay, es tardísimo, ya me voy, porque la Gordis quiere comer sesos rebosados hoy y ya no voy a conseguirlos en el mercado. ¿Será que pueda obtenerlos de los irrespetuosos de las leyes? Pero si no tienen sesos, ni vergüenza. ¡¡VVVaaaaarrrrrggggaaaasssssss!!