La Metempsicosis


Por Tuuskeep Kasperchack

Alguna vez pensé que Heleno y Hélade, que habían sido fervientes jipitecas (*) en los años sesenta y setenta del siglo pasado, no estaban en sus cabales porque creían en la metempsicosis; sin embargo, después de enterarme que no solo Empédocles sino que incluso Platón, entre muchos otros filósofos griegos, eran partidarios de esta misma doctrina, entonces empecé a considerar que el que estaba mal de la cabeza era yo por mi supina ignorancia.

En efecto, estos tíos, que todavía conservan algunos rasgos de su lejana juventud, como vestir prendas de manta cruda, pantalones de mezclilla y guaraches, así como llevar listones tejidos con motivos indígenas en la cabeza y las muñecas, además de ser vegetarianos a ultranza, afirman, sin dejo de duda, que varios conocidos y parientes suyos han reencarnado en animales e incluso en vegetales. Para comenzar, juran que el perro Dick, la gata Misifusa y la perica Pitorra, que cohabitan con ellos, no son otros que un abogado que les jugó chueco, una sirvienta que les robó una que otra alhaja de oro y una ex vecina que solía ser intrigante. Aunque evitan a toda costa destruir cualquier manifestación de vida sobre el planeta, así sea la más insignificante (jamás aplastarán una hormiga, pisarán una cucaracha o le tirarán una piedra a un toloc), no son del todo congruentes con esta noble actitud, pues, por ejemplo, me he fijado que a Dick y a Misifusa no siempre les dan completas sus raciones diarias de croquetas, en tanto que a Pitorra la ignoran completamente y la privan de las frutas que le encantan.

Aunque ambos son de temperamento inquieto, estudian durante horas y días enteros a aquellos seres irracionales y lo hacen con meticulosidad y prestancia extremas, gracias a que cuentan con abultadas pensiones como ex profesores universitarios.

Ignoro cuándo y cómo nació en ellos esta inclinación metafísica (¿quizá de las influencias orientales que estuvieron en boga durante su juventud?), pero lo cierto es que pronto se hartaron de lidiar con el can, el felino y el ave de su casa, lo mismo que con los animales del Fraccionamiento del Bosque, donde residían, pues señalan que una vez identificado quién era quién en su anterior vida y en su actual existencia, como que ya no tenía chiste al asunto. Así que lo primero que hicieron fue trasladarse a La Ceiba y cada semana acostumbran visitar ex haciendas cercanas a Mérida con el fin de examinar otro tipo de fauna, como caballos, burros y chivos; también se suscribieron a varias revistas especializadas en vida salvaje, además de que organizan periódicamente visitas al Centenario y Animaya, a las que suelen invitarme, todo con el fin de descifrar el enigma de la transmigración de las almas en los habitantes de esos lugares de ocio.

–Pero no entiendo a cuáles de sus conocidos pudieran identificar en esas revistas que les gusta leer, ya que se publican en EE.UU. y la Unión Europea, les dije una vez.

Mi tío Heleno, que en ese momento estaba comiendo una guayaba cuyo penetrante aroma invadía el ashram doméstico donde platicábamos, hizo una mueca que yo interpreté como de disgusto ante mi observación, pero la tía Hélade sonrió y amablemente dijo:

–Obvio que no buscamos en ellas a personas con las que hemos convivido aquí en Yucatán, sino a artistas y deportistas famosos, ex líderes políticos o dirigentes espirituales de talla mundial, etc., que ya han pagado tributo a nuestra madre Tierra y han reencarnado en algún otro ser.

–¡Ah!, expresé mientras ponía una cara de asombro, como la que seguramente pondré cuando me saque el Melate.

Entonces intervino mi tío Heleno para ilustrarme:

–Sobrino, bajo nuestra apariencia humana vive un animal primitivo que, querámoslo o no, en algún momento de nuestra transitoria existencia emerge y se manifiesta con total claridad, ya sea en el color y movimiento de nuestros ojos, en el tipo de nuestras cejas y pestañas, nuestra complexión corporal, la textura de nuestro cabello y nuestra piel, nuestro tipo de nariz, gestos, movimientos, porte, inteligencia, carácter, ideales, acciones, etc., etc.

–¡Gulp!, ¿Como si fuera una especie de nagual?, manifesté mientras repasaba mentalmente y a toda prisa mis lecturas de las obras de Carlos Castaneda.

–Pero supongo que para identificar quién es quién se necesita un don especial, añadí.

–Como en todo sobrino: Quod natura non dat, Salmantica non præstat.

–Ciertísimo, dije con aplomo, aunque en realidad no sé ninguna gota de latín, gracias al sempiterno déficit de nuestra educación pública y privada, que nos “protege” de conocer asuntos aparentemente inservibles, como las lenguas muertas, según el criterio neoliberal que ha imperado entre nosotros prácticamente durante casi medio siglo.

–¿Y a quiénes han logrado identificar ustedes en esas revistas que muestran animales y plantas de otras latitudes del planeta, si se puede saber?

–A Leonid Breznev en Rusia y a John F. Kennedy en Norteamérica.

–¿A poco Breznev reencarnó en un descomunal oso pardo y Kennedy en una majestuosa ávila calva?

–Para nada, eso sería algo así como dejarse guiar por los superficiales estereotipos.

–¿Entonces?

–Al líder soviético lo hemos visto en una diminuta musaraña y en cuanto al ex presidente estadounidense, en un lobo ártico.

(Me temo que este hallazgo de mis parientes esté condicionado por su clara filiación conservadora, aunque en sus años mozos fueron vehementes revolucionarios de salón; sin embargo, identificar al ex mandatario estadounidense con ese temible depredador tiene lógica porque una de sus aficiones favoritas era cazar a mujeres guapísimas, como Marilyn, por ejemplo; en cuanto al todopoderoso ex dirigente soviético, creo que la metempsicosis le jugó una mala pasada).

Hubo días en que lo más relevante de nuestras visitas al Centenario y Animaya eran las marquesitas, algodones de azúcar, mazapanes, dulce de coco, palomitas, chicharrones y demás comida chatarra que consumía en abundancia en esos sitios, gracias al desinterés de las autoridades municipales por la adecuada nutrición de los ciudadanos y la persistencia de los vendedores ambulantes. (Mis parientes únicamente llevaban sus termos con bebidas saludables y una que otra botana antioxidante. Creo que por esto se mantienen tan flacos como postes de luz y tan altos como los semáforos inteligentes que pueblan las principales avenidas de la urbe). Sin embargo, hubo otras ocasiones en las que compensaron abundantemente sus esporádicas frustraciones.

Por ejemplo, mientras ellos se ponían a conversar largamente con una frondosa jacaranda (Jacaranda mimosifolia) y un robusto ramón (Brosimum alicastrum) pues, según ellos, eran los reencarnados abuelos Hilaria y Gumersindo (lo cual no dejaba de asombrarme pues hasta donde recuerdo ambos ancestros habían sido pequeñitos), yo hacía mi excursión aparte y recuerdo haber intentado poner en práctica algo de sus enseñanzas de detectives del más allá, aunque sin llegar a su sofisticado refinamiento de identificar o reconocer a alguien en particular; por ejemplo, cuando pasaba por la jaula de los monos y las monas, que siempre se están rascando el tuch, el xic y la cabeza y brincan de una liana a otra, como cuando cambian de partido político, no sé por qué, inevitablemente pensaba en los diputados y diputadas; el león se me representaba al SAT y las cornamentas de los venados las relacionaba con ciertos amigos adictos a la adrenalina que los lleva a seducir a mujeres casadas. El rinocerente me representaba a los capitanes de industria, que arremeten contra todo lo que se les pone en frente con tal de defender sus intereses; el elefante me retrotraía a nuestra burocracia federal, estatal y municipal; los papiones sagrados, a varios exgobernadores; los pavorreales, a ciertos ex funcionarios y a uno que otro activo; la jirafa, a ciertas encopetadas damas del Country Club, por mencionar algunos.

–¿Oigan, tíos, y eso de la transmigración es inevitable?, pregunté con voz entrecortada.

–¿Por qué lo preguntas; Tuuskeep?

–Porque la verdad no me gustaría reencarnar en un gusano baboso, por ejemplo; baboso, ya lo soy, pero ¿gusano?….

Ambos intercambiaron miradas durante un minuto exacto, según el cronómetro de mi reloj, y luego me dijeron:

–No, podemos escapar de ese ciclo si nuestra alma es capaz de alcanzar la quietudad total y habitar para siempre en la cima del universo; en ese propósito nos puede ayudar la disciplina espiritual.

“Menos mal”, pensé para mis adentros y enseguida planeé tomar unas clases de Ashtanga yoga y de meditación trascendental.

Huelga decir que, además de los conocimientos alternativos de mis parientes, lo más tangible que obtuve de mis constantes idas al Centenario y Animaya fue un sobrepeso de cinco kilos, gracia a mi afición por todo tipo de golosinas y, por ello, lo más probable es que, cuando me toque entregar los tenis, reencarne en una morsa o, de perdido, en un manatí. (The End).

(+) Así bautizó José Agustín a nuestros hippies autóctonos.