El respeto a la patria y a la dignidad de las personas


Vía y cruces de los derechos humanos

¿Qué impulsa a las y los defensores de los derechos humanos a dar lo mejor de sí en pro de sus semejantes y de ellos mismos, hasta el punto de ofrendar sus vidas, pero al mismo tiempo ser incapaces de lastimar a quienes confían en ellos?

Algunos de estos promotores de la vida en paz y de acuerdo a las leyes que nos hemos dado para vivir adecuadamente en sociedad no dejan conocer sus rasgos más íntimos, como seres humanos y se les da la dimensión de entes extraordinarios, como algo místico o fuera de este mundo.

En colaboración anterior hablé de la lucha de Benito Pablo Juárez García, a quien México debe su nueva independencia, luego de la invasión francesa y el también segundo imperio, el primero de Agustín de Iturbide y el segundo de Maximiliano de Habsburgo, quien perdió la vida en la osada empresa de destruir a la República mexicana.

La vida de Juárez estuvo rodeada de luchas, intrigas y muerte, sobre todo de colaboradores a los que el Benemérito de las Américas apreciaba por la afinidad de ideas y la lucha en defensa de la República y de la Constitución de 1857.

Juárez expidió las Leyes de Reforma para dejar atrás todo lo que perjudicara el progreso de la Nación, pero por sobre todas las cosas, separar la iglesia del Estado, el cual en el sector económico y moral estaba por encima de la República.

De todos es sabido, y la historia lo registra, que los conservadores se opusieron a esas leyes y se abrió la lucha civil, el enfrentamiento de hermanos contra hermanos,

No alcanza el espacio para hacernos una idea de las penurias de Juárez que sostuvo a nuestra enseña nacional, durante la intervención francesa y la hizo peregrina, siempre en defensa de la legalidad, de la libertad de los mexicanos y de su asiento: México.

En ese contexto cedo las líneas a la pluma de Juan de Dios Peza en su libro Epopeyas de mi Patria, en medio de la lucha legal y de hermanos contra hermanos: …y Juárez, como el pararrayos en medio de la tempestad, permanecía sereno, mudo, impasible, llamando á su derredor á los hombres de mayor valía, según el concepto público, y con el corazón lleno de esperanzas en la regeneración de la patria.

Recordemos que Juárez en su peregrinar y para proteger a su familia tuvo que enviarla a Estados Unidos, mientras él continuaba su lucha, implacable, sereno y dando el ejemplo en defensa de nuestras instituciones.

Fue notoria la pena de Juárez al enterarse de la muerte de Abraham Lincoln, quien diera la libertad a 5 millones de esclavos.

En 1865, en el cumpleaños de Juárez, en Chihuahua, cedo de nuevo el espacio al poeta: …el respetable señor don Francisco de P. Urquidi tomó la palabra y desde sus primeras frases conmovió á todos; brindaba por una familia ausente, por la esposa y por los hijos del señor Juárez, por los amados seres de cuyo seno se arrancó el gran repúblico para abrazarse de la bandera nacional que la gran familia mexicana había puesto en sus manos.

Cuando concluyó Urquidi, Juárez, con los ojos húmedos, se puso en pie para contestar, y con voz ahogada por la emoción, dijo, después de dar las gracias… «yo aquí veo la patria y ante ella protesto solemnemente que un sacrificio es nada; que el sacrificio de mi familia sería mucho, infinito para mí; pero que si es necesario, sea … »

No le dejó concluir su emoción; dos lágrimas surcaron por sus mejillas y entre los atronadores vivas que resonaron en su derredor, se sentó, quedando sumergido en hondos pensamientos.

Lo dicho vía y cruces que han de transitar los defensores de los derechos humanos, de la legalidad y la dignidad de las personas, sin importar dolor y lágrimas