El T’alkú de la Tía Juana:
El “oso” de Ceci



Por Rafael Mis Cobá


Enojada y al borde de su retentada de “uaj”, la escultural Tía Juana viajó presurosa a Mérida en busca de una reunión con su comadre Cecilia Patrón, para reclamarle y rogarle que no volviera a cometer tremendo “oso”, como sucedió hace unos días cuando la panista confundió al poeta Ramón López Velarde, con el hijo de AMLO, Ramón López Beltrán.
Si bien, su estado de ánimo no era del todo equilibrado, su belleza se mantenía intacta al igual que su escultural y “t’int’inkí” anatomía de diosa maya. Qué decir de su aroma natural de “xc’anlol”, que se esparcía al interior del apretujado colectivo y que ayudaba a mitigar el olor a “xic’” de los demás pasajeros, la mayoría trabajadores de la construcción, a quienes casi se les paró el corazón y se les caía la baba por tener cerquita a tan hermoso ejemplar femenino.
Por fin y tras dos horas de viaje desde su natal Chikindzonot, la tía juanita llegó al paradero de Mérida donde la esperaba ni más ni menos que su travieso sobrino cabeza de “lec”.
Portando su elegante terno de “xocbichuy”, la mesticita más linda del universo caminó hasta la salida del paradero abriéndose paso entre los viajeros y tratando de evitar las penetrantes miradas de los morbosos choferes y demás curiosos que, atentos, observaban el andar cadencioso de la Eva del Mayab.
–¡Tía Juana!, gritó el sobrinín tan pronto divisó a su amada pariente y como suele suceder, prácticamente se abalanzó sobre ella para darle un sonoro beso en su tersa mejilla.
–¡“Mejenkizín”, tranquilo, que me apachurras mi chuchú!, advirtió la frondosa mujer tras empujar al insolente sujeto.
–¿“Uay”, qué llevas en tu sabucán, tiita?
–Libros, sobrino, libros sobre la historia de México.
–“Maare”, tía, pensé que tú solo leías Hola y TV y Notas.
–Te equivocas sobrino, no soy como Ceci, en cada atardecer, tu tío Chupi me lleva bajo la mata de huaya y mientras me hace “loch” y juega mi “tuch”, me lee poemas de Ramón López Velarde.
–Presumida. No te creo.
–Escucha esto. Es el poema preferido que tu tío me susurra en el ocaso del día:
“/Doy a los cuatro vientos los loores/
de tus dedos de clásica finura/
que preparan el pan sin levadura/
para el banquete de nuestros amores/”.
–“Uay”, tía, hasta yo me emocioné.
–Sobrino, este poema se titula: Para tus dedos ágiles y finos.
–Maare, tía, seguro que te lo dedica por los deliciosos joroch’es que le cocinas y por las tortillas que a diario le elaboras en tu comal.
–¿Tu crees, sobrinin?
–Seguro, tía, pero dime, para qué quieres los libros que traes en tu sabucán.
–Para regalárselos a Ceci y se instruya, y no la ande regando en la tribuna del Congreso.
–¿Lo dices por el ridículo de confundir al hijo de AMLO con el ilustre poeta mexicano, Ramón López Velarde?
–Claro que sí, sobrino, qué pena, qué vergüenza, qué oso de mi comadre.
–Pero viéndolo bien, tía, no es para tanto, hasta AMLO se equivocó con su hijo Ramón.
–Mmmm.
–Tía, el presi no tiene la culpa de que su hijo viva en una mansión, porque la del billete es su esposita.
–Si, como no, que te lo crea tu chichi, “mejenkizín”.
–Tía, lo que sí es una realidad es que AMLO se ha enfurecido tanto por este caso y hasta se puede enfermar.
–No hay porque preocuparse, sobrino, el Presi tiene su paracetamol y vaporub.
–“Maare”, es cierto, si eso utilizó para aliviarse del virus, también lo puede utilizar ahora para protegerse de un eventual patatús.
—Oye, sobrino, por cierto, qué cepa es la que ahora anda circulando.
–Tía, sepa qué cepa anda ahora por allá, porque de tantas variantes que ya ocasionó la mutación del “x la” coronavirus, ya no sabemos con qué amaneceremos mañana.
–Por eso sobrino, mejor vamos a disfrutar la vida y comer tamales, aunque sea un poco atrasado.
–Oye, tía, le metiste a la tamaleada con el Tío Chupi?
–Qué comes que adivinas. Claro que festejamos a la Candelaria.
–¿Con chocolatito?
— Sí. Preparé los tamales con mi macita, mantequita de cerdo pelón y hojas de plátano del patio de la casa.
–¿Te ayudó el tío Chupi?
–Por su puesto, sabes que tu tío siempre cumple. El me suministró la leña ardiente que atizó mi fogón.
Ante tan detallada y sugerente descripción, el sobrino cabezón solo alcanzó a de ir, “Uay”, e inmediatamente intuir que la felicidad que embargaba a su tía Juanita obedecía también a que le tocó el muñeco…de la Rosca de Reyes.